Somos muy afortunados, pues las cifras de visitantes a México siguen creciendo. Entre enero y mayo de este año, más de 9,358,000 personas extranjeras ingresaron al país por vía aérea, lo que representa un aumento del 2.9% respecto al año pasado y del 13.7% si se compara con 2019. Desde luego, estos son datos que hablan de un país que genera confianza y despierta interés para ser visitado. Pero lo verdaderamente decisivo es qué ocurre una vez que esos viajeros están aquí. Veamos.
En la Secretaría de Turismo damos seguimiento puntual a esas llegadas y no solo lo hacemos mediante el conteo de pasajeros, pues tratamos de entender qué rutas se van concretando, qué destinos nuevos aparecen en los recorridos y las visitas, y qué regiones necesitan apoyo adicional. En todo esto, la conectividad aérea es un componente fundamental y, por supuesto, en nuestra política turística ocupa un lugar preponderante, pero por sí sola no basta, ya que hemos notado que tiene que estar acompañada de infraestructura en territorio, servicios funcionales y proyectos que beneficien directamente a las comunidades. Hemos constatado que de nada sirve que se multipliquen los vuelos si los beneficios no aterrizan en la sociedad.
Y pienso lo mismo respecto al turismo marítimo. En el primer semestre del año, México recibió 1,639 cruceros con más de 5.5 millones de pasajeros, muchos de los cuales desembarcaron por unas horas, visitaron las zonas inmediatas al puerto y continuaron su ruta por el océano. Esa movilidad puede parecer transitoria, sin embargo, también puede ser una fuente de desarrollo, pero para que lo sea tiene que estar bien acompañada de protocolos, infraestructura y oferta. Es por eso por lo que hace unas semanas suscribimos un acuerdo con la industria naviera, junto con Hacienda, Migración, Marina y autoridades portuarias, en el cual establecimos compromisos muy concretos: el fomento al empleo local a bordo y al ingreso de turistas no residentes, así como la promoción de productos hechos en México durante el trayecto. Y es que queremos que la escala en un puerto mexicano no se viva nada más como una pausa, sino como una experiencia por sí misma, como un objetivo particular de viaje, paseo o recorrido, pero que también represente una oportunidad para quienes habitan esas regiones.
Este fenómeno —el crecimiento del turismo por aire y por mar— nos confirma que México está en el radar de millones de personas en todo el mundo. Y la tarea que me corresponde no es ampliar ese interés a cualquier precio, sino convertirlo en un beneficio tangible. Tengo claro que no nos basta con que nos visiten más, lo que queremos es que cada trayecto deje algo, que cada escala valga la pena para quien viene y nos visita, para quien deja su dinero en nuestras tierras, pero sobre todo para quien recibe, para quien se esfuerza y ofrece experiencias, servicios y productos de calidad.
Como parte de esta misma visión, México fue invitado a participar como País Socio en la Fitur 2026, lo cual asumimos como una plataforma estratégica y como la ocasión para mostrar lo que somos y tenemos para ofrecer, pero también el tipo de turismo que estamos construyendo: diverso, respetuoso, compartido.
Toda llegada a nuestro territorio implica una posibilidad. Lo que está en juego es cómo hacemos de ella una estancia duradera y repetida, constante. En eso pienso cuando veo las cifras crecer. Y en eso me enfoco cada día.