La figura de Marx Arriaga, director de Materiales Educativos de la SEP, encapsula las paradojas que atraviesan la educación pública en México. Mientras impulsa en los libros de texto gratuitos, una narrativa ideológica basada en el comunismo y la exaltación de la austeridad, con un gasto de 387 millones de pesos para imprimir 15 millones de ejemplares, incluso destinados a Cuba, su realidad personal parece desmentir sus posturas públicas.
Investigaciones periodísticas revelan que Arriaga percibe un ingreso anual de 1.6 millones de pesos y es propietario de automóviles clásicos de alto valor, como un Mustang 1997 y un Chevrolet Bel Air 1953. Esta discordancia entre su prédica y su práctica lo ha situado en el centro de un debate nacional sobre la coherencia ética de los funcionarios públicos.
El cuestionamiento a su labor no se reduce a lo simbólico. Bajo su gestión, los materiales educativos han sido acusados de priorizar contenidos ideológicos sobre pedagógicos, incluyendo críticas a figuras como Donald Trump, en lugar de fortalecer habilidades básicas.
Los resultados son elocuentes: según estudios, los estudiantes mexicanos de entre 6 y 17 años apenas alcanzan competencias equivalentes al primer año de secundaria, con deficiencias críticas en lectura y comprensión de textos. Expertos advierten que este rezago podría reducir sus ingresos futuros hasta en un 8% a lo largo de su vida laboral.
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La crisis educativa se agrava por condiciones infraestructurales precarias. Más de 89 mil escuelas carecen de drenaje, 40 mil no tienen acceso a agua potable y más de 10 mil operan sin electricidad. Este escenario de abandono contrasta con las prioridades manifestadas en la política educativa reciente, donde la ideología parece haber eclipsado las urgencias prácticas.
Marx Arriaga en el centro de la polémica
Arriaga, además, acumula antecedentes polémicos. En 2021, autorizó el uso de la Biblioteca Vasconcelos para la grabación de la serie Monarca, sin que los recursos obtenidos se destinaran a la Dirección General de Bibliotecas. Su trayectoria refleja así un patrón de decisiones que alimentan la desconfianza en las instituciones.
La educación mexicana se encuentra atrapada entre una retórica que enaltece la pobreza y una realidad donde quienes diseñan las políticas parecen ajenos a sus propias consignas. La incoherencia de sus líderes no solo debilita la credibilidad del sistema, sino que hipoteca el futuro de millones de estudiantes en un país que clama por equidad y calidad educativa.